jueves, 3 de abril de 2014

Reflexión acerca de la docencia

Aún me acuerdo de aquellos momentos en que estaba en la universidad. Son lindos recuerdos porque, aparte de haber conocido a muy buenas personas, aprendí a valorar la labor docente. Obviamente, si uno como docente no sabe valorar su propio quehacer, la verdad es que, viendo la realidad, nadie lo hará. Y cuando digo nadie, es nadie. Ni las instituciones, ni la sociedad, ni los padres, ni los alumnos lo hacen. Triste, pero cierto. Y cuando digo "valorar," no significa celebrar al profesor una vez al año, ni tenerle lástima  por las horas que trabaja, o por el desgaste físico y emocional, o por los bajos sueldos. A lo que me refiero es a ser más concretos. Y es aquí donde quiero enfocarme en un acto concreto que está enlazado con el motivo de mi reflexión.  Y otra vez quiero regresar a lo de la universidad: ahí aprendí  que la educación es en sí un acto comunicativo. ¿Y qué es un acto comunicativo? Es un proceso de emisión y recepción de información. Sin embargo, ¿puede haber acto comunicativo si el que se supone que debe recibir no quiere recibir? ¿Se puede comunicar si se coloca una barrera psicológica? ¿Se puede aprender en ese contexto? Pues no... No se puede. Y es una lástima que cada día existan receptores con muchas barreras de por medio. Y como en todo acto comunicativo los roles se intercambian, ¿cómo te sentirías al no ser escuchado, a que te den la espalda, a que se rían en tu cara? Al menos sé que bien no vas a estar. Entonces, volviendo al punto inicial, ¿cómo puedo valorar a un profesor? Pues escuchándolo. Así no sólo lo harás sentir anímicamente bien, sino que te beneficiarás tú ya que aprenderás más. Además, la satisfacción de un docente al ver aprendizajes es incalculable.
Haz caso, sal de las cavernas y empieza a hacer no lo que tus instintos te dicen, sino lo que lo que te dice tu razón, que es lo que más te conviene.

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